Mi infancia te
imaginó eterno.
Tu escasa
palabra escucharla diariamente.
El sabor de
tu voz, temo un día, dejarlo en un plato sucio;
De esos
muchos que relegué a tu cuidado.
Te acuerdas
cómo era yo hace nueve años,
recuerdas qué
mis saludos, “Pa”, te llamaron,
el anillo
qué le hace compañía a tu cadáver.
Te mezclaste
con los huesos y cenizas de tus padres,
¿fue para
que íntimamente charlaran o simplemente
te falto
espacio? No me acuerdo.
Juntos
visitábamos los domingos, con el abuelo Guadalupe,
la tumba de
tu madre.
La muerte,
viajera perdida, ha tenido el tino de volver
cada 10 años
desde que se la llevó.
Para el 94
sedujo al abuelo, y los dos se largaron
muy
tomaditos de las manos después
de echarse
un duchazo.
¿Qué no te
diste cuenta? ¿Acaso no supiste que el 2004
se olvidaría
de ti?
Recuerdo tu
ropa de personaje de caricatura,
la última
comida que preparaste: albóndigas;
también
fueron las últimas que comí.
La carne
para mi paladar, como la que cobijaba a tu esqueleto, desapareció.
Te pienso en
ideas risueñas, inocentes y alegres.
Te hablo de
nostalgia, arrepentimiento y tristeza.
Aspiro de una
vorágine tus recuerdos;
tomo tu fría
mano mientras yaces en la cama de un hospital.
No hay comentarios:
Publicar un comentario